Lo hallamos en altitudes que van desde los doscientos hasta los mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Puede llegar a los cinco metros de alto y unos veinticinco centímetros de circunferencia en la parte más gruesa de su tronco. Posee una corteza dura y rugosa.
Tiene hojas compuestas por una cantidad impar de folíolos elípticos (varían entre cinco y nueve) con los bordes serrados y el vértice acuminado, que se ubican de manera opuesta en las ramas.
Da grandes flores amarillas que miden entre cuatro y siete centímetros; aparecen en primavera, tienen forma de embudo o de campana alargada, se reúnen en inflorescencias terminales de tipo panícula y las polinizan los colibríes.
Los frutos son largas vainas dehiscentes de hasta veinte centímetros de largo, que contienen varias semillas planas y con alas. Se lo cultiva por su madera de mediana dureza y se lo usa, además, como ornamento en los jardines por su bella floración de la que emana un suave perfume a vainilla; también por la fresca sombra que brinda. Sus flores son muy apreciadas por las abejas.
Se le atribuyen varias propiedades curativas, con la raíz se prepara un té utilizado como tónico estomacal, diurético y vermífugo; también se utiliza, en lugar del lúpulo, para fabricar cerveza. Con las hojas se hacen tisanas para estimular el apetito y calmar los nervios.
Hay que mantenerlo vigilado porque se propaga rápidamente y es de rápido crecimiento, lo que puede convertirlo en especie invasora.
Le gustan las ubicaciones a pleno sol y no soporta las fuertes heladas; prefiere los suelos arenosos, frescos, aireados y con buen drenaje.
Después de cada floración conviene efectuarle una poda de rejuvenecimiento y de forma. Se multiplica a través de las semillas (las que conservan por seis meses su poder germinativo, manteniéndolas a temperatura ambiente) y también por esquejes.