La madera que proporciona es de muy buena calidad, suave al tacto y de densidad media, liviana pero a su vez muy resistente; empleada como leña arde bien y de forma pareja. Su corteza escamosa es de color gris claro y por el alto contenido de tanino que tiene es útil para el curtido del cuero.
Dependiendo del clima donde se encuentre su follaje puede ser caducifolio o perenne.
Su hábitat natural se ubica entre los mil quinientos y los tres mil metros de altitud, donde las precipitaciones vayan desde los seiscientos a los mil doscientos milímetros anuales; no tolera la sequía.
Precisa suelos profundos debido a que su raíz es pivotante, y ubicaciones a pleno sol, aunque puede soportar bajas temperaturas y hasta algunas nevadas. A través de microorganismos simbióticos, los Actinomicetes, que forman nódulos en sus raíces, a pesar de no ser una leguminosa (pero sí dicotiledónea), fija el nitrógeno al suelo.
Sus hojas son simples, pecioladas, ovales, acuminadas y con bordes serrados; se ubican de manera alterna en las ramas y miden entre ocho y quince centímetros de largo; dentro del marco de la medicina no tradicional se las deja macerar en alcohol y con el preparado se hacen friegas que dicen alivian el dolor reumático. La hojarasca que cae y queda en su base se recolecta y sirve como abono orgánico gracias a su rápida descomposición.
Todos los ejemplares poseen flores femeninas y masculinas; las primeras están protegidas por brácteas y se agrupan en un cono, las segundas se reúnen en una inflorescencia de tipo amento pendular. La gran cantidad de polen que producen atrae a las abejas. Las semillas, unas cien por cada cono, son aladas y cuando maduran las disemina el viento, por ello es que hay que recolectarlos estando aún cerrados.
Se lo reproduce a través de la simiente (que tarda entre quince y treinta días en germinar) o mediante estacas de unos veinte centímetros. Hay que administrarles abono foliar durante los dos primeros meses de vida y proteger a las plántulas de las malas hierbas circundantes.