Su tronco erguido tiene aspecto liso cuando joven y se vuelve rugoso con el paso de los años. Como carece de anillos de crecimiento su edad se calcula por la cantidad de hileras de hojas que posee, a razón de una cada quince años. Su savia tiene la extraña propiedad de tornarse roja al entrar en contacto con el aire, esto lo llevó a ser considerado un árbol mágico en la antigüedad.
Su longevidad es increíble, hay ejemplares a los que se les calcula entre ochocientos y mil años de vida en la tierra. Los más antiguos, altos y de agradable figura, se han convertido en destinos turísticos y hay toda una industria de recuerdos de ellos que se comercializan.
Se emplea como especie ornamental en parques y jardines. En estado silvestre lo encontramos hasta los 600 metros de altitud, más o menos, formando parte del ecosistema denominado “bosque termófilo”.
Se multiplica mediante semillas de rápida germinación.
Es sencillo de cultivar y se adapta perfectamente al interior de las viviendas. Prefiere los climas cálidos y secos pero soporta el frío bastante bien, aunque no le agrada el exceso de agua. Las podas son sólo de limpieza, para eliminar hojas quebradas o secas. Si debemos trasplantarlo es mejor en el verano.
La apariencia arbórea se la dan las gruesas hojas coriáceas, color verde y medio metro de largo por unos cuatro centímetros de ancho. Sus flores blancas se reúnen en inflorescencias terminales de tipo racimo. Los frutos son bayas esféricas anaranjadas, muy carnosas, que miden cerca de un centímetro y medio de diámetro. Es muy resistente a las plagas.
No suelen ramificar hasta haber pasado mucho tiempo.
En la isla Gran Canaria se halla la Dracaena tamaranae que se diferencia de la primera por sus hojas glaucas, es más robusta y de menor altura; la inflorescencia es de aspecto similar pero tiene flores color naranja al igual que los frutos; en Marruecos hay muchos en estado silvestre que presentan también características distintas, por lo que se los bautizó como Dracaena draco ajgal.