Las variedades más cultivadas son el Trébol blanco, o Trifolium repens, de flores blancas o rosadas que se vuelven marrones al marchitarse; este es perenne en los prados y zonas de pastura y el Trébol rojo, o Trifolium pratense, con flores que van del rosa al púrpura y largos tallos florales flexibles; esta especie es mejor no ingerirla en gran cantidad por la alta cantidad de alcaloides que contiene.
Sembrado solo o mezclado con alguna forrajera produce muy buenas y repetidas cosechas para alimentar al ganado, al cual puede dejárselo pastando también libremente en los cultivares. Se adapta a todo tipo de suelos y climas, pero en los ácidos su vida se acorta a causa de pestes, enfermedades y escasez de nutrientes. Donde se utiliza la rotación de cultivos, si se lo siembra cada ocho años, crece más vigoroso.
Sus plagas más frecuentes son las larvas de las Lepidópteras y las cochinillas; cuando lo afectan hasta su rendimiento polínico se ve disminuido, pues la vitalidad de toda la planta se ve comprometida. La polinización es llevada a cabo por los abejorros, y en su defecto las abejas, ambos llegan atraídos por el abundante néctar.
Los tréboles son una buena fuente de alimento, hasta para los seres humanos, por su alto contenido proteínico; y su cultivo no demanda ni demasiado esfuerzo ni mucho dinero. No es fácil de digerir en estado crudo (aunque los brotes tiernos son los que tienen mejor sabor) pero luego de hervirlo en agua con sal entre 5 y 10 minutos ya está listo para ser consumido. Moliendo sus flores secas y sus semillas se consigue una harina muy nutritiva con la que se preparan numerosos platos, y con las flores solas se prepara un saludable y delicioso té.