Su savia tiene aspecto lechoso y produce irritación en la piel si se la toca; contiene papaína (enzima similar a la pepsina y a la tripsina), que procede del secado del látex, y carpaína (estimulante del ritmo cardíaco).
El sistema radicular es bastante superficial, por lo que se deben extremar los cuidados cuando se desmaleza a su alrededor, y no se aconseja el empleo de herbicidas por la escasa consistencia del tronco que podría verse afectado.
Las hojas, de color verde oscuro por el frente y verde-amarillento por el revés, son grandes (más de 50 centímetros) y alternas, palmeadas y con lóbulos acuminados, sostenidas por pecíolos gruesos y largos de más de 25 centímetros.
Hay ejemplares con flores femeninas, otros con flores masculinas y también los hay hermafroditas. Las flores femeninas están formadas por cinco sépalos (sin soldar) de color amarillo que cubren el ovario, cinco pétalos que se disponen a modo de estrella y cinco estigmas amarillos formando un abanico. Los frutos son de buen tamaño y forma redondeada.
Las masculinas están sostenidas por pedúnculos de más de medio metro de largo, formando racimos de unas quince a veinte pequeñas flores; éstas tienen los pétalos soldados lo que les da aspecto de tubos alargados, dentro guardan diez estambres distribuidos en dos grupos de cinco; hay también un pistilo rudimentario pero sin estigmas.
Las hermafroditas tienen los dos sexos pero las hay de tres tipos diferentes dentro de la misma planta: Las llamadas “pentandrias”, similares a las femeninas pero con el agregado de cinco estambres y el ovario dividido en lóbulos, esto produce que los frutos sean casi esféricos y lobulados; las llamadas “elongatas”, similares a las flores masculinas pero con el agregado de un ovario alargado que produce frutos similares a sí mismo; y las llamadas “irregulares”, que al no estar bien formadas dan origen a frutos con deformaciones.
Los frutos son bayas generalmente de forma ovalada, su peso fluctúa entre el medio kilo y los cinco kilogramos, o más; el tamaño de los mismos disminuye a medida que la planta envejece; la piel verde que los rodea cambia a amarillo a medida que maduran; la pulpa, compacta pero jugosa, es rojizo-anaranjada, muy dulce y perfumada.
Al crecer producen la caída de las hojas que los cubren y es así como quedan al descubierto; estas denominadas “papayas” se consumen frescas (quitándoles la cáscara y las oscuras semillas redondas y aplanadas) o bien transformadas en dulces y mermelada (gracias a su elevada cantidad de pectina) o bebidas.
Se reproduce por semillas. Necesita suelos profundos, ricos en humus, sueltos y con buen drenaje, puede ser cultivado también en maceta. Para obtener esquejes se fuerza a los árboles viejos a ramificar cortando su yema terminal. Precisa humedad y calor para un buen desarrollo; alrededor de 1800 milímetros de lluvias anuales y una temperatura ideal de entre 20º y 22º grados.
Los frutos se recolectan un poco antes de que alcancen la madurez total y se almacenan a temperaturas cercanas a los diez grados, nunca a menos de 8º C pues se detendría la maduración; por tener la piel delicada se los envuelve uno por uno para mantenerlos a salvo de golpes y magulladuras. La papaya fresca, incluida en postres o ensaladas proporciona a nuestro organismo proteínas, calcio, hierro y vitaminas.
Conviene cambiar los árboles cada dos años, porque al exceder su tamaño es más trabajosa la recolección y la obtención de látex, también su producción disminuye. Se ensañan con el Papayo los nematodos, la arañuela roja, los pulgones verdes y la Ceratitis capitata o Mosca de la Fruta, se los puede controlar pulverizando la planta con emulsiones de ésteres fosfóricos.