La Vid

Se da el nombre común de Vid, y el científico de Vitis spp. a una planta leñosa conocida desde tiempos remotos, perteneciente a la familia Vitaceae. Es originaria de las laderas de los Montes Cáucaso; ya la cultivaban los babilonios, los egipcios, los cretenses y los romanos, que bebían habitualmente el jugo fermentado de las uvas que ella produce. 

El tronco es grueso, bajo y tortuoso; se lo denomina cepa; y sarmientos a los vástagos que son flexibles; las hojas, llamadas pámpanos, se disponen de manera alternada, tienen largos pecíolos, son pentalobuladas y ásperas al tacto; las plantaciones de vides son conocidas como viñas o viñedos. 

Alcanza gran longevidad, es típico encontrar cepas de cien años o más; en su etapa juvenil que dura entre tres y cinco años no da flores y las yemas que se forman un año no abren hasta el siguiente. Los frutos son verdes cuando nacen y luego van cambiando la pigmentación, viran al amarillo si son uvas blancas y al rosado si son uvas negras; los ácidos orgánicos (tálicos y cítricos) que hacían que el fruto verde fuera amargo van dejando paso a los azúcares y se produce la maduración; la temperatura y la humedad son importantísimas durante esa etapa. 

Cada parte del fruto es tenida en cuenta por separado para la preparación del vino; la primera división es la del armazón o “raspón” del racimo y el fruto propiamente dicho; el primero aporta ácidos y taninos si se lo incluye en el proceso de fermentación. El fruto a su vez se divide en: Piel (hollejo), que es la que concentra los colorantes y aromas particulares; pulpa, que es donde están el agua y el azúcar que forman el mosto que tras la fermentación se volverá vino; y semillas, o pepitas, que en la dura capa que las recubre tienen también una importante cantidad de tanino. 

Necesita climas moderados, puesto que cuando la temperatura es muy baja puede sufrir daños irreparables, por ejemplo al producirse heladas en su período de brotación. En estos casos se emplean variedades con brotación tardía para evitar el peligro. En temperaturas elevadas, cercanas a los 35º y con viento árido, suelen quemarse las hojas y las uvas tempranas. 

Pero de todos los fenómenos atmosféricos el más temido por la vitivinicultura es el granizo, dado que aplasta los frutos, agujerea o lacera las hojas, rompe los sarmientos y tras todo ello pueden aparecer mohos. En zonas donde este problema es frecuente se usan mallas antigranizo para proteger las plantas. 

Es atacada por diversas enfermedades y para prevenirlas se utiliza el llamado “caldo bordolés”. La vid se adapta a todo tipo de suelos y cuando no es posible conseguir su afincamiento queda recurrir al injerto, lo cual da resultados óptimos en todos los casos. Lo más conveniente es realizar un abonado profundo al principio para enriquecer el terreno, agregando potasio, hierro, boro, fósforo y materias orgánicas.