La forma de su copa es cónica, alargada y esbelta, culminando en un ápice bien marcado. Su madera de fina textura es muy apreciada y por ello es que se los taló indiscriminadamente en el pasado; hoy en día se los cultiva y se los emplea también como ornamento en parques y jardines (varios alineados pueden servir como barrera protectora contra los vientos).
Su corteza es delgada y levemente estriada, de color marrón oscuro.
Prefiere los suelos calizos, secos y pedregosos y ubicaciones que vayan desde sol pleno a media sombra; el riego debe ser moderado. Como pertenece a zonas de cálidas a templadas es muy sensible a las heladas. Dentro del marco de la medicina no tradicional se le atribuyen propiedades vulnerarias, vasoconstrictoras, anti infecciosas y tranquilizantes.
Sus hojas verdes son escamiformes, miden poco más de un milímetro por uno, se reúnen imbricadas formando acículas que se ubican de manera opuesta en las ramas, no emiten perfume alguno. Otras especies, como el Cupressus macrocarpa, que se diferencia por tener la copa redondeada, posee hojas que al ser frotadas despiden aroma a limón y las del Cupressus glabra aroma a pomelo.
Florece hacia finales del invierno; en la misma planta encontramos ambos sexos, los conos masculinos de hasta un centímetro de largo, son terminales, solitarios y de color amarillento; los conos femeninos son axilares, verdes al principio, redondeados y pueden llegar a los cuatro centímetros de diámetro, los conforman entre cuatro y siete pares de placas que tienen los bordes recurvados y un escudete central poco desarrollado, al madurar se vuelven marrones. Las semillas, que son pequeñas e irregulares, cuentan con un ala muy rudimentaria.