Llega a medir un metro de alto.
Posee una raíz pivotante que, luego de ser tostada, se usa como sucedáneo del café y un fuerte tallo con muchas ramificaciones. Necesita mucho sol y suelos con buen drenaje. Sus hojas sésiles tienen forma alargada e irregular, con los bordes serrados; a pesar de su sabor amargo se las suele consumir crudas en ensalada.
Su ingesta aporta a nuestra dieta carbohidratos, proteínas, vitaminas, calcio, hierro, fósforo y potasio; se la emplea en regímenes para adelgazar debido a que la mayor parte de su peso es agua.
Se le atribuyen propiedades diuréticas, sedantes, desintoxicantes, antiparasitarias y depurativas, propicia el buen funcionamiento hepático y del sistema digestivo; las infusiones o tisanas hechas con sus hojas o raíz ayudan, bebiéndolas antes de la comida, a que se estimulen los jugos gástricos y se tenga más apetito; y tomar una taza de té de achicoria después de alguna comida excesiva es más benéfica que el bicarbonato; está contraindicada en casos de úlcera y de baja presión arterial; en uso externo, a modo de emplasto o cataplasma, ayuda a la cicatrización de las heridas.
Tiene flores hermafroditas que miden hasta cuatro centímetros de diámetro, son de color celeste violáceo; aparecen entre mediados de invierno y principios de la primavera, erguidas sobre fuertes pedúnculos; sólo se abren cuando hay sol y se orientan hacia él como lo hacen los girasoles. Su fruto es un aquenio. Los predadores que más la molestan son las babosas y los gusanos grises.