Mide entre un metro y medio y dos metros.
La raíz es fasciculada, amplia y llega a bastante profundidad, a diferencia de otras gramíneas como el trigo y el centeno que apenas sobrepasan el medio metro. El tallo, o mejor dicho los tallos, pues la planta tiene la propiedad de reproducirlos desde su pie o macollo en número de 3 a 6, son gruesos, huecos, con nudos muy marcados y entrenudos cortos. Su período vegetativo total lleva entre cuatro y cinco meses, aunque en las variedades de otoño puede extenderse a seis.
Las hojas basales envainan el tallo, tienen el limbo largo y ancho, son gruesas y consistentes, de color verde oscuro y ásperas al tacto. Las flores se agrupan en una inflorescencia tipo panícula con 3 o 5 flores por espiga. El grano o cariópside fusiforme es agudo en los extremos, se forma envuelto en las glumelas de la flor y su tamaño varía entre los 25 y 45 milímetros de diámetro por 1 o 2 centímetros de largo. El problema es que no maduran todos al mismo tiempo y eso dificulta la recolección.
Se adapta a diferentes tipos de climas y suelos porque es una planta vigorosa, robusta y de desarrollo rápido (se la cultiva tanto a más de mil metros de altura como a nivel del mar), se la puede sembrar tanto en invierno como en primavera, pero durante su etapa de germinación y macollaje precisa que no haya grandes variaciones de temperatura a lo largo del día.
Las variedades amarillas, por su pequeño porte, son aconsejables para el pastoreo de ganado y para la alimentación humana se recomiendan las variedades blancas.
Requiere de riego en los primeros tiempos, pero luego puede resultarle perjudicial, sus largas raíces buscan líquido en las napas subterráneas y eso le basta para completar el crecimiento. Su principal enemigo es la niebla, porque el agua que queda depositada sobre ella luego, a la luz del sol, provoca daño en los granos. Las plagas que más le afectan son los hongos y algunos parásitos; la mejor manera de prevenirlos es el tratamiento de las semillas antes de sembrar, mediante sulfataje.