Su hábitat natural se encuentra en las pendientes costeras pedregosas; las hay también en los valles y en los bosques de árboles de hoja perenne, pero en menor cantidad. Crece a un promedio de dos centímetros y medio al año. No tiene plagas reconocidas.
Su nombre deriva del griego y significa “pan en la cabeza”, debido a la práctica de quitarles la piel a los tallos y enterrarlos durante dos meses antes de amasarlos para convertirlos en un pan que se cocinará luego sobre brasas; durante esos dos meses bajo tierra pierde todas las toxinas que contiene, las que harían peligrosa su ingestión.
Las hojas miden unos dos metros y medio de largo y están formadas por numerosos folíolos rígidos y acuminados terminados en una espina, juntas forman una apretada corona en lo alto. El tronco tiene apariencia de madera en el exterior, aunque en su interior es blando, lo protegen los restos de las ramas que caen y dejan su base fijada en él.
Al llegar a la madurez reproductiva surgen de dos a cinco conos femeninos o masculinos. Los femeninos son grandes, verde-amarillentos y tienen forma de huevo, semejando una piña hasta en su coloración. Los masculinos son de menor tamaño y cilíndricos.
Las semillas que producen son grandes y están recubiertas por una fina piel rojiza, tienen una vida muy corta y se disecan naturalmente. Los pájaros al comerlas las propagan pues la parte interna no se disuelve en sus aparatos digestivos y cuando las defecan en un lugar propicio germinan.
Se está intentando su cultivo en macetas y contenedores; necesita tierra bien fertilizada y con buen drenaje; el riego debe ser abundante.
Resisten ante la falta de agua pero está comprobado que las que reciben un riego regular se ven más saludables y tienen hojas más grandes.
En zonas de mucho calor, donde el sol es intenso, pueden quemarse los folíolos, por ello se recomienda ubicarlas a la sombra o media sombra. Es aconsejable rodear la base con “mulch” o “compost”, al menos una vez al año; además se la debe fertilizar dos veces durante el verano.