Posee hojas ovales, opuestas, verdes en la cara superior y verde-azulado o blancuzcas en la inferior. Florece en primavera y verano llenando de agradable perfume el ambiente, más intenso durante la noche; con él atrae a los insectos que la polinizarán, generalmente polillas.
Se la multiplica mediante las semillas contenidas en sus frutos (que son bayas rojizas), esquejes o acodos (en primavera con sólo enterrar una rama que cuelgue se notará que enraizó en sólo dos semanas, se la corta y trasplanta a otro lugar). No se aconseja para macetas por el gran desarrollo de sus raíces; por ese motivo se las considera también invasivas, al ir consumiendo los recursos y el agua de su entorno.
Precisa suelos con buen drenaje, aireados y sueltos, con mezcla de turba, tierra, perlita y arena. Hay que ubicarla a la sombra o semisombra. Resiste bien las temperaturas bajas. El riego debe ser regular, y aumentarlo en época de floración. Se le efectúa una poda de las puntas a finales del invierno para favorecer un desarrollo posterior más vigoroso.
Los fertilizantes que más le ayudan son los que contienen fósforo y potasio. Es resistente a las plagas, pero pueden atacarla los pulgones y las orugas.
No se aconseja ingerir los frutos porque pueden ser tóxicos; con las flores se hacen infusiones que alivian la tos; y las hojas, preparadas de la misma forma, actúan como diurético.
Las variedades más cultivadas en los jardines son: Lonicera japonica, de flores blancas que cambian a amarillas al envejecer (su variedad “aureoreticulata” es similar, pero con las nervaduras amarillas, lo que las vuelve más llamativas); Lonicera caprifolium “belgicae”, con flores rojas, rosas y amarillas; Lonicera brownii “dropmore scarlet”, con flores que van de naranja a rojo escarlata y Lonicera heckrotii “Goldflame”, de hermosas flores entre rosa y amarillo.