Panamá la ha adoptado como su flor nacional. En su hábitat natural la encontramos en bosques húmedos de montaña, en altitudes cercanas a los mil metros, creciendo sobre los troncos de los árboles o bien en tierra. Actualmente se halla en peligro de extinción por causa de su recolección indiscriminada.
Para tener un adecuado desarrollo precisa temperaturas de veinticuatro a treinta grados promedio y una humedad ambiente de un ochenta y cinco por ciento. Posee pseudo-bulbos alargados, de aspecto tunicado y forma ovoide, que miden de diez a doce centímetros y emiten cuatro hojas plegadas que suelen alcanzar un metro de longitud con un ancho máximo de doce centímetros.
Sus raíces son gruesas y blanquecinas en las epífitas y delgadas, marrones y enmarañadas en las que crecen en la tierra.
Llegados los meses de abril a junio, o entre septiembre y octubre, surge desde la base un largo tallo floral que sostiene una inflorescencia delicadamente perfumada.
La misma está formada por entre cuatro y doce flores marfileñas (a veces moteadas de púrpura), dentro de las cuales se distinguen por su intenso color amarillo el pistilo y las anteras; recibe su nombre popular del libelo en su interior que tiene forma similar a la de una paloma. La polinización la efectuan las abejas.
Podemos reproducirla mediante semillas pero el método más empleado utiliza los “keikis” que nacen a partir de un nudo existente en la vara floral o de un sobre-enraizamiento en el pseudo-bulbo. Nos damos cuenta de que estamos ante la presencia de estos hijuelos porque sobre las nuevas raíces emitidas se comienzan a formar pequeñas hojas idénticas a las de la planta madre.
No hay que apresurarse a separarlos, conviene esperar a que tengan al menos tres de sus hojas bastante desarrolladas o, incluso, aguardar un año para pasarlos a su propia maceta con un sustrato de cascajos cerámicos y tierra orgánica junto con corteza y hojarasca.
