Los griegos y los romanos también emplearon el arte floral, frecuentemente en forma de guirnaldas y coronas. Muchas veces utilizando sólo hierbas u hojas en la confección. Ramas jóvenes y flexibles de olivo o de laurel eran muy comunes y con ellas se premiaba a los atletas y héroes de batallas. Acostumbraban también sembrar los caminos con pétalos de flores cuando alguien importante fuera a pasar por el lugar; de la misma manera perfumaban las camas. A diferencia de los egipcios que le otorgaban un sentido religioso, para los griegos y romanos era señal de lujo y recompensa.
En China el interés era religioso y, a la vez, medicinal; los budistas, los taoístas y los seguidores de Confucio colocaban flores en los altares, en cestas de mimbre o en recipientes de cerámica, y así dieron origen al “Ikebana”, que pasó luego a Japón. Le dieron un simbolismo a cada planta, por ejemplo el bambú representaba la longevidad, la peonía el honor y la orquídea la fertilidad.
Durante el auge del Imperio Bizantino los arreglos florales comenzaron a realizarse con flores pequeñas y se volvieron muy coloridos, se los armaba dentro de cálices o de urnas y les sumaron también frutas. Se vuelve común el uso de las margaritas y los claveles, rodeados de hojas de ciprés o ramas de pino y se les añaden cintas como adorno.
Los arreglos florales llegan de Asia a Europa traídos por los Cruzados, alrededor del año 1.000 d.C. iglesias y monasterios comienzan a incorporar la nueva moda y se utilizan distintas plantas y estilos para crearlos.