Prefiere los suelos calizos con restos de rocas disgregadas y poca cantidad de nitrógeno; le desagrada el exceso de humedad; soporta bien las temperaturas extremas y necesita ubicaciones a pleno sol.
Su rizoma es alargado, mide unos veinte centímetros; en él se originan las hojas basales que nacen en forma de roseta. Las hojas, de un color verde muy intenso, son angostas, glabras y sésiles, de forma elíptica y acuminadas en el vértice.
Florece a lo largo de toda la primavera y hasta bien entrado el verano.
Las flores, de entre cuatro y cinco centímetros de diámetro, de un tono azul-celeste, aparecen solitarias en lo alto de los pedúnculos florales; las conforman cinco pétalos triangulares unidos en un cáliz tubular; los sépalos que lo rodean son aovados, acuminados y de margen liso; el androceo cuenta con cinco estambres azules provistos de anteras amarillas; el gineceo consta de un ovario que se afina hasta formar el estilo que culmina en un estigma dividido y achatado. El fruto es una cápsula de forma ovoide que contiene numerosas semillas rugosas.
Hay una especie muy parecida llamada Gentiana angustifolia, pero se diferencia mucho en las hojas pues las de ésta son de menor tamaño y tienen puntas redondeadas; no hay otra distinción ni morfológica ni fitoquímicamente hablando. Ambas tienen pocas xantoninas, son ricas en flavonoides, poseen estolones y son calcícolas.
Se ha querido declarar otra variedad, a la cual se bautizó como Gentiana aragonensis, pero tras los estudios llevados a cabo se ha podido comprobar que el menor tamaño de las hojas de ésta respecto de la Gentiana occidentalis y los entrenudos más largos se deben, tan sólo, a una carencia de sol, porque habita en terrenos más sombreados.